Cuentan que una vez, existió una tierra en la que los cuerpos celestes contaban con vida propia, y tenían la capacidad de bajar al mundo y convivir con los humanos, pero solo con una condición: tomar forma personificada de mujer y por un tiempo determinado. Las Estrellas, hasta super poblaban países cuando bajaban de a muchedumbre, y tenían el poder de hacer sonreír a cualquiera que se les cruzara, porque contaban con una sonrisa muy brillante y contagiosa; el Sol, era muy evidente darse cuenta en donde se encontraba cuando tomaba forma humana, ya que siempre estaba vestida de colores fuertes, colores que hasta casi generaban la sensación de que podían llegar a quemarte. Pero había alguien que se destacaba entre todas, la Luna: aquella tierna mujer joven de belleza incomparable, sin importar desde donde se la mirara, de tez clara y pelo platinado, y de mirada vacía e indiferente casi triste. Ella deambulaba todo el tiempo entre la gente y cuando llegaba su horario emprendía su ...